La famosa frase de René Descartes, “pienso, luego existo”, es psicología cognitiva básica. Hay un modelo científico que lo explica: Primero pensamos, luego sentimos, y después actuamos (o no actuamos). Primero una idea cruza por la mente, después se activa una emoción, y esa emoción impulsa una conducta. Así de simple. Así funcionamos casi todos los seres humanos. Lo único es que muchos pensamientos son inconscientes, y también hay reflejos o impulsos (pero ese es otro tema). Centrémonos en lo siguiente:
Los pensamientos son la base de nuestras emociones y, en última instancia, de nuestras acciones.
En el mundo del marketing y la publicidad estamos viviendo una era de cambios a toda velocidad. Plataformas nuevas, cambios de algoritmos, audiencias más impacientes, más competidores, formatos más rápidos, tecnologías con Inteligencia Artificial. Lo que ayer funcionaba, hoy parece medio obsoleto. ¿Qué emoción nos genera todo esto? Ansiedad, Miedo, Frustración y Duda. Y si somos líderes le transmitimos eso a nuestro equipo.
Esas emociones son consecuencias de algo que estamos pensando y quizás no hemos reconocido: “No voy a poder adaptarme”, “Ya no entiendo este juego”, “Me están dejando atrás”. Pero en el fondo, el problema no es el cambio externo, sino el diálogo interno que lo acompaña. Y ahí es donde entra en juego el poder del pensamiento. Porque si cambiamos lo que pensamos, cambia cómo nos sentimos, y eso cambia cómo respondemos.
En contextos de alta incertidumbre, el liderazgo real no está en tener todas las respuestas, sino en modelar nuevas formas de pensar. Además de aceptar las ideas nuevas y frescas de los miembros del equipo o de proveedores y agencias que se dedican puntualmente a la creación de contenidos.
Las emociones se contagian, pero también lo hacen las narrativas. Si el líder cambia el pensamiento, cambia la emoción del grupo, y con eso, las decisiones.
Pensar diferente no es un cliché. Es estrategia.